Por Cynthia Ottaviano
Así como llegó a la televisión el infotainment, esa mezcla de información y entretenimiento, espectacularizando las noticias, en la gráfica ya estamos en condiciones de darle la bienvenida al ‘sensacionalismo político’ que persigue como objetivo construir hegemonía gobernando las emociones de la sociedad.
El viernes pasado sucedió algo curioso: el título principal de tapa de los diarios Tiempo Argentino y Clarín fue el mismo, casi calcado. “Caso Candela: investigan si fue una venganza narco”, eligió este diario, y “Crimen de Candela: investigan si fue una venganza narco”, fue el de Clarín. La sorpresa no fue por la coincidencia, sino porque el título de referencia es informativo y hace rato que Clarín dejó de informar.
De hecho, se convirtió en el mejor ejemplo para comprender el nuevo fenómeno gráfico que quedó en evidencia con la cobertura de la desaparición, primero, y asesinato después de Candela Rodríguez: los límites habituales que tenía la prensa amarilla en la Argentina empezaron a desdibujarse al punto de que el diario de mayor circulación del país apela a las emociones de manera sistemática, resignando información, no sólo en las notas policiales sino también en las políticas, y ese es el punto. Fue llamativo lo del viernes porque el día anterior Clarín había sido el diario que más adjetivos había usado en su tapa para calificar el crimen y no para informar sobre él. El enfoque estaba puesto en las sensaciones y no en los hechos. Y había sido el que con mayor énfasis había dejado al descubierto esta nueva categoría del periodismo gráfico que llamaré “sensacionalismo político”, es decir, aquel que tiñe de amarillo una cobertura política o a aquella noticia policial le asigna vínculos políticos, señalando supuestos usos de ese hecho por la dirigencia, permitiendo leer en segundas líneas que en realidad es el medio el que lo usa y en definitiva politiza el mensaje.
Así como llegó a la televisión el infotainment, esa mezcla de información y entretenimiento, espectacularizando las noticias, en la gráfica ya estamos en condiciones de darle la bienvenida a este “sensacionalismo político” que persigue como objetivo construir hegemonía gobernando las emociones de la sociedad, entendida como una gran audiencia. Apropiarse ya no sólo del “sentido común”, sino de las “sensaciones comunes” en torno de un hecho.
Muchos de los columnistas políticos de los diarios Clarín y La Nación no han logrado sustraerse a esta lógica. Aunque desde otro enfoque, que es aplicando sus propios sentimientos, sus propias sensaciones y proyectando sus propios deseos, perdieron el principio de realidad, ese que nos permite coincidir en que un perro no es una banana y que un auto no es una heladera, base de todo análisis sea político o no, dejando que las propias emociones tiñan sus lecturas y los lleven entonces a conclusiones erradas, pero previamente sostenidas como una verdad revelada durante un tiempo considerable, como para confundir a muchos. Nos cambian la realidad sin aviso. Nos gritan “el rey está vestido” sin mosquearse, aun cuando todos lo vemos desnudo. Sólo por citar el ejemplo más reciente, después de que desde el diario Clarín se montara durante 15 días (desde el jueves 18 de agosto en adelante) una campaña mediática para instalar que hubo “irregularidades graves” y hasta “fraude” en las PASO –hecho desmentido por el escrutinio final–, en la sección Del editor al lector, el jueves 1 de setiembre, Ricardo Roa, escribió “nadie habló de fraude”. Lo mismo había sostenido Beatriz Sarlo, el día anterior, desde Radio Mitre, es decir, negaban que se hubiera hablado de fraude desde los mismos medios de comunicación que denunciaron una y otra vez el inexistente “fraude”, con el objetivo de esmerilar el resultado y su proyección al 23 de octubre. Si no basta con repasar las notas publicadas en Clarín, “en Pergamino, el intendente radical habla de fraude” (19 de agosto), “Santiago: denuncian fraude” (20 de agosto), “Cristina quedó arriba del 50% y Alfonsín se mantuvo segundo” (31 de agosto), donde se resaltaba en negrita “algunos hablaron de irregularidades. Otros de fraude”, o la del propio Ricardo Kirschbaum, editor general del diario, quien escribió, el 28 de agosto: “los errores en el escrutinio los admitieron un juez electoral y otra jueza también electoral, la que condescendiente, las llamó “picardías”, como si hacer fraude (sobre todo en una urna) fuera algo jocoso”; y esta última frase que comienza con “como si hacer fraude” la resaltó también en negrita. Entonces, si hablaron de fraude y luego niegan que se haya hecho, es como si se nos dijera que el 14 de agosto va a llover, habrá tormenta, hay nubes, ya hay viento, y cuando llega el 14 de agosto, hay un día espléndido de sol radiante, pero algunos están con paraguas, y entonces nos reprendieran: “Por qué están con paraguas, si nadie habló de lluvia.”
Las personas que niegan la realidad o que toman hechos irreales, imaginarios, para augurar una realidad que nunca llega, y cuando ocurre, la niegan, demuestran un alto grado de psicopatía. Qué pasa entonces, cuando estas personas tienen una pluma en la mano y se convierten en desorientadores profesionales. Si el contrato social se rompe, el perjuicio es conocido por todos, pero si es el contrato mediático, el pacto con el lector, con la audiencia, el que se rompe o se corroe, ¿cuáles son las consecuencias? El propio Joaquín Morales Solá, el hombre con poder de censura durante la última dictadura en el diario Clarín, escribió en la tapa del diario La Nación, el miércoles pasado: “El problema de la oposición es que creyó en la teoría de que el kirchnerismo era un ciclo terminado”, sin reconocer que él mismo había sido autor de esa teoría y así lo había escrito el 28 de diciembre de 2008, también en La Nación, cito textual: “El kirchnerismo, como ciclo político histórico está terminado.” Claro, ante la evidencia del amplio apoyo de la mayoría a Cristina Fernández en las PASO, mejor dar marcha atrás, no importa si es llevándose puesta a la propia realidad. Lo que hizo Morales Solá fue algo así como decir “el problema no es mío por escribir análisis errados, el problema es de la oposición por creerme”. En un punto tiene razón, pero estimo que además de escribirle a la “oposición”, les escribe a sus lectores. O eso debiera. Y debiera por ende respetarlos, tal vez si se equivocó corregirlo o por lo menos hacerse cargo. Cuando señalé este alto grado de esquizofrenia, en el programa radial Tinta Roja, de Radio Nacional, diciendo que si tuviéramos un termómetro para medir los niveles de cinismo, contradicción e hipocresía de algunos de los columnistas políticos de La Nación y Clarín estallaría porque no los podría medir, Beatriz Sarlo se molestó.
Tal vez porque ella misma ha errado otros análisis, como aquel en el que sostuvo que el Bicentenario pasaría “sin que nos demos cuenta”, y poco después millones de personas le dieron un baño de realidad único al inundar las calles para festejarlo durante varios días seguidos. Tal vez sea la hora de llamarse a una reflexión menos sesgada por los sentimientos, menos atravesada por el sensacionalismo político, reconociendo que han perdido el timing, que ya no saben cuál es la verdadera temperatura de ese corazón que late y no encuentran, que algunos llaman pueblo, más acorde a la realidad, a la búsqueda de verdad, aun cuando sea contraria a los intereses de las clases a las que creen pertenecer, los representa o simplemente los emplea. No es necesario tampoco enojarse, con hacerse cargo alcanza.
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Hace 3 horas
1 comentario:
muy bueno, pero no lo veo al hermoso tenembaum con una nariz de payaso
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